Jueves, 21 Noviembre 2013 05:43

Juan Pablo II y Sor María Romero

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Es una gran fiesta para Costa Rica, un gran reconocimiento de Dios y del cielo, que el milagro por el cual Juan Pablo II va camino a los altares, sea el milagro realizado a una costarricense. Juan Pablo II tuvo un carisma extraordinario.

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Su dulzura, su bondad y su humildad contagiaron al mundo. Su liderazgo fue indiscutible en la lucha por los más necesitados. Atacó por igual al comunismo que ahogaba la libertad de los pueblos y al capitalismo salvaje, que enriqueció sólo a unos pocos en detrimento de las mayorías. Fue severo en sus críticas a estos sistemas. Y a la vez fue benevolente, sencillo, espléndido con los pueblos.
Juan Pablo II abrió la Iglesia Católica al mundo. Hizo ciento cuatro viajes por todo el mundo. Estuvo en todos los continentes. Irradió un gran respeto por las otras religiones cristiana históricas, se acercó a los ortodoxos griegos y rusos, a los protestantes de Europa y Estados Unidos, así como a los judíos. Fue un santo en vida. Cuando le preguntaron por qué no abandonaba su Papado por su salud dijo, “acaso Jesús se bajó de la cruz”. El que una costarricense haya recibido un milagro de Dios por intercesión de Juan Pablo II, pues lo suyo es un milagro, tal y como se demuestra con exámenes médicos, generará un gran despertar de la fe en nuestro pueblo.
Esa misma fe debe ser contagiada en la consecución de la santidad para nuestra compatriota, Sor María Romero Meneses, una mujer de origen nicaragüense, sencilla, que parecía insignificante, una mujer que parecía poca cosa, como escribió el poeta nicaragüense Pablo Antonio Cuadra, y que hizo una labor extraordinaria, por los pobres, por los desamparados, por los oprimidos, durante largo medio siglo en Costa Rica.
La obra de Sor María Romero debe ser mejor conocida. Esta Costa Rica tan mariana, que desfila hasta los pies de la Negrita en agosto, que tiene cien años de venerar a la Virgen de El Carmen en Puntarenas, que tiene una manifestación tan hermosa en San José alrededor de la fiesta de María Auxiliadora, que venera a la Virgen de Ujarrás en Paraíso, como nuestra primera patrona nacional, y que alberga nuevos movimientos, como el de la Reina del Amor, en Sarapiquí; esta Costa Rica debe tener a Sor María Romero como un gran referente de lucha por más necesitados, de integración social, de respeto por los migrantes, de apoyo por las causas de quienes no tienen casa, abrigo o trabajo digno.
Que Juan Pablo II, desde los altares, despierte lo más hermoso del ser costarricense, porque Costa Rica recibe un nuevo regalo del cielo, de la Divina Providencia, con este milagro concedido a una costarricense. Y que este despertar de la fe nos ayude a llevar hasta los altares a la gran santa de Costa Rica, Sor María Romero.
En el fondo, lo que urge es seguir estos ejemplos. Es entender que debemos servirle a las personas que no tienen ni siquiera lo mínimo para vivir dignamente. Esa fue la razón de ser de Sor María Romero. Ese fue el centro del mensaje de fe de Juan Pablo II. Y ese es nuestro gran reto como costarricenses: combatir la pobreza y reprochar la desigualdad…

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