Martes, 10 Diciembre 2013 10:10

Las normas de urbanidad y el ser un caballero…

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Me impresiona el que los muchachos de 20 ó 25 años, y los adolescentes de 15 años, nunca les abren la puerta a las damas, ni se ponen de pie en una mesa cuando llega una mujer, ni le ceden el espacio a una muchacha en estado de gestación o a un adulto mayor.

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Será porque soy de campo que me cuesta mucho salir con una muchacha y aceptar que ella pague su parte. O invitar a una muchacha al cine y permitir que pague su boleto. Me dirán machista, pero me gusta abrirle la puerta del vehículo a mi novia. Me dirán obsoleto pero hago el esfuerzo de pagar siempre, siempre, siempre, cuando la invito al cine o a cenar afuera. Me dirán retrógrado pero me gusta recogerle el plato donde comió cuando salimos a cenar, y también llevarle flores sin motivo alguno más que el gusto de regalárselas. El irrespeto hacia una dama se nota hasta en los templos y en los salones de baile, que son mis lugares favoritos. En los templos, ve uno a muchachas de pie y a zánganos, "manganzones" echados, tirados sobre las bancas, como lagartos. En los salones de baile, nota uno que los hombres han perdido el galanteo y la cortesía. Los señores sacan a bailar a una dama, y para ello le tienden la mano, la llevan del brazo, sin que importe su edad o su aspecto, su guapura o su hermosura. Después de bailar con ella una o tantas piezas como quieran, el señor lleva a la dama hasta su mesa, con suma consideración. Pero los hombres de 25 ó de 18 no son así. Quienes tratan a las mujeres como si fueran reinas, tanto en un vehículo individual como en un bus, tanto en un templo como en un salón de baile, en la mesa de un restaurante o en la mesa de la casa, responden a ese propósito de que no se toca a una mujer ni con el pétalo de una rosa. Quienes son simples, secos y parcos en el trato con las damas responden a una política social o tendencia de ver a las mujeres como iguales. Pero no somos iguales. Podemos y debemos tener los mismos derechos, los mismos ingresos por trabajos similares, etcétera, pero eso no contradice que los hombres les corramos la silla a la hora de llegar a la mesa de un restaurante o que les acerquemos un pañuelo cuando se mojan, tosen, estornudan o se ensucian las manos. Que un hombre corra a socorrer a una mujer con un paraguas bajo la lluvia es algo siempre hermoso. No me importa si me toman como anticuado. Yo quiero seguir siendo un amante a la antigua, como dice la canción de Roberto Carlos, de esos que mandan flores. Al cantar de Alejandro Fernández, no hay mujer que pueda resistirse a los detalles… Y ser caballero debe seguir siendo visto como una norma de urbanidad, de respeto, de amabilidad y de cortesía.

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