Jueves, 11 Septiembre 2008 18:00

Las y los niños no son adultos pequeños

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Uno de los problemas más graves que tenemos los adultos en nuestra relación con cualquier niño, es la falsa impresión, que cuando actúa, lo hace como si fuera una persona mayor, con todo su esquema de valores y con una conciencia supuestamente formada de lo que es bueno y de lo que no lo es.

Muchas veces, se olvida, con gran facilidad, que la niñez es el período donde el ser humano apenas inicia su proceso de formación, o sea es la etapa donde la sociedad le dice al nuevo integrante, como debe comportarse para ser aceptado por el resto sus miembros. Este proceso de socialización, primeramente, es iniciado por los padres, en el hogar, donde al infante se le enseña desde la rutinas más básicas, como el aprender a caminar, comer y hablar, hasta como interactuar con los otros integrantes de la familia nuclear y extendida.

Posteriormente, vendrá la etapa donde niñas y niños inician su proceso de educación formal, proceso este que en realidad no terminará, necesariamente, con la obtención de algún grado universitario pues hoy día, el conocimiento es tan amplio y variado, que es factible mantenerse ligado a la educación formal hasta el final de la vida de quien así lo decidiese.

Paradójicamente, la mayor limitación para un sano y sostenido crecimiento emocional de las y los niños es precisamente la gente mayor, que insisten en verlos y tratarlos como si fueran en realidad adultos pequeños. Afirmación como ese niño es un malcriado, refleja, la visión de creer que una niña o niño es un adulto pequeño pues no se puede ser malcriado, cuando apenas se está comenzando a criar.

Otra dificultad que sufren las y los niños, está en la mala formación que recibieron quienes hoy son los adultos responsables de formarlos. Por otro lado, hay muchas personas llenas de agresividad, con bajo nivel de tolerancia a la frustración, que llegan hasta la violencia brutal contra un pequeño, porque no hace lo que le está pidiendo o solo porque no deja de llorar. Olvida el adulto que tan impacientemente actúa, que la primera manera de  comunicarse que tiene cualquier niño es el llanto.

Las estadísticas que lleva el Hospital Nacional de Niños sobre niñas y niños ingresados gravemente heridos por la acción de quienes tenían al deber natural, moral y legal de cuidarlos, deben ser motivo de alarma para todas y todos los costarricenses: Los padres de muchos de esas y esos niños heridos, son sus agresores directos.

El castigo físico desmedido como supuesto medio para corregir y buscar erradicar conductas indeseables, lejos de asegurar el objetivo buscado, muchas veces, lo que facilita es la excusa para que el adulto intolerante, justifique su enojo y hasta posterior acción violenta contra la niña o niño, también está justificada porque con ella, supuestamente se busca el bien del pequeño agredido. Cuando la realidad es que el agresor lo que está haciendo, es descargando su propia frustración y agresividad acumulada, por múltiples causas, contra un ser indefenso, incapaz de poder defenderse por si mismo.

Las niñas y los niños son la esperanza futura del mundo, serán los adultos del mañana y su actuar como tales, estará, sin la menor duda, en mucho marcado por la forma en que fueron tratados en su niñez; aunque habrá quienes logren superar, por su propia inteligencia, la incapacidad de formarlos correctamente por parte de aquellos que natural y formalmente tuvieron esa vital misión pero que no supieron llevarla a cabo, amorosamente, porque no entendieron que las y los niños no son adultos pequeños.

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