Lunes, 13 Mayo 2002 18:00

¡Hasta siempre, don Edgar!

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Cuando en 1983 me iniciaba como juez en la misa Alcaldía de Curridabat, un día nos citó a varios jueces a la Escuela Judicial, su creación más consentida. Ahí lo conocí y a todos los noveles jueces de entonces nos dejó impactados. Era un hombre afable, bonachón, muy dado al chiste inesperado, de claras y fuertes convicciones, inteligente, honorable, como el más, y personificaba la figura del juez, en su más estricto concepto; era, en fin, un hombre con todas la de la ley, esencialmente humano y plantadamente incorrruptible.

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