Martes, 22 Junio 2010 07:01

LA BOLA DE FÚTBOL

Varios jugadores, especialmente arqueros, se han quejado del balón con el que se juegan los encuentros del mundial de fútbol, que en su vigésima edición se disputa por primera vez en el continente africano, concretamente en Sudáfrica.

 

Eso me ha hecho repasar en la memoria los balones con que me encontré durante mi intrascendente carrera futbolística, desde mis tempranos seis o siete años, allá en el patio de la vieja casa familiar, bajo dos frondosos árboles de naranja. Vejigas de chancho fueron los primeros balones con que practiqué el fútbol. Recuerdo a la chiquillada esperando que destasaran un cerdo, algunos para que les apartaran el rabo en los chicharrones y otros para recoger la vejiga, echarle una enjuagada, inflarla con ayuda de un canutillo de bambú y a jugar.

Poco después, en las mejengas del recreo largo, tuve el gusto de jugar con una bola de tenis que un compañero había conseguido no sé cómo, el problema era que por ser tan pequeña no pocas veces terminaba uno dándole el dedazo a una piedra o a la espinilla del rival, en lugar de la bola, por eso la preferíamos para los campeonatos de “jupas”. En ese mismo tiempo comenzó una larga lista de balones, casi todas con graves defectos de diseño y fábrica, pero que nunca fueron obstáculo para que se forjaran carreras futbolísticas, algunas de ellas brillantes como las del habilidoso creativo Chalillo, el rudo defensor Tijo, el goleador histórico Bolín, y Grillo, mi sobrino, que ese sí, de verdad fue un arquerazo.

Debe haber sido a finales de los cincuenta que apareció alguien en la plaza con una bola rarísima. Era una larga tira de hule o caucho que, enrollada sobre sí misma mediante extraño sortilegio, terminaba siendo un balón con el que jugábamos y jugábamos hasta que la tira se comenzaba a desprender y a como había aparecido, la bola desaparecía. Por ese mismo tiempo los mayores jugaban con una bola de cuero con un neumático rojo que le metían por una abertura amarrada en tejido con una coyunda. Aquella jareta le quitaba redondez al balón y hacia impredecible su dirección en el aire, y ni qué decir de lo que dolía un bolazo, sobre todo cuando era con el lado de la coyunda.

Esa bola evolucionó y apareció ya con el neumático incorporado y una pequeña válvula. Entonces había que andar corriendo tras alguien que tuviera inflador de bicicletas para poder empezar el partido. Después el cuero dio lugar a otros materiales sintéticos, el neumático desapareció y comenzaron a aparecer novedosos diseños de llamativos colores y figuras, hasta llegar a la fabricación de un balón especial para cada campeonato mundial, lo que coincidió con mi retiro de las canchas, retiro que, extrañamente, pasó inadvertido, hasta para las personas que más me quieren.

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