Miércoles, 30 Marzo 2011 05:58

Se nos muere el país…

Hay una canción de un popular cantante Guatemalteco que se llama “Se nos muere el amor”, que por supuesto escuché en la Radio y que narra los signos que hacen ver que el sentimiento entre una pareja se está muriendo.  Afortunadamente,  esa canción no se cumple para nada en mi relación con mi esposa,  pero aunque les parezca un tanto pesimista, veo en el país, algunos signos que calzan a la perfección con algunas frases dichas por el autor y que yo me he atrevido intentar homologar, con lo que día a día veo en el país.
Bien podríamos decir que se nos muere el país, porque tiene fiebre de frío, porque se nos cayó de la cama cuando lo empujó la violencia, la impunidad y la postergación. Está enfermo de muerte, el mismo que era tan fuerte.  Claro que este país tiene anemia de diálogo, tiene cáncer de cinismo y por si fuera poco, tiene funcionarios públicos y políticos corruptos, pero también una buena parte del sector privado, al que le gusta corromper ofreciendo mordidas por cuanto trámite debe hacerse.
Se nos muere el país, se nos mueren las ganas de cuidarlo y no ensuciarlo con tanta ejecución errática de obras públicas, lo vemos agonizando y convulsionando entre las leyes mal hechas y refritos legales plagados de inconsistencias. Lamentablemente, no existe un liderazgo que nos reviva el instinto,  se nos muere la magia, la pasión, la ternura.  Tanta mediocridad vino  a jorobarnos el desarrollo y a sumirnos en el peor de los subdesarrollos, que es el de la mente.
Este país, con el tiempo se nos ha oxidado, se ha vuelto tan susceptible y tan delicado, que ya lo único que queda es pedirle a Dios para que NO siga muriéndose a poquitos, porque no hay peor agonía que la que es de paso en paso.
Se nos muere este país, porque se acabó la participación patriótica en elecciones y en actos cívicos en escuelas y colegios. Se nos muere porque a la libertad la convertimos en alcahuetería.  La libertad y la democracia se contagiaron de costumbre, le falta fuego a la lumbre y se nos mueren los sueños de los niños de un país limpio y desarrollado. Hasta se nos han acabado los versos y no prestamos atención ya a los poetas. Se nos han muerto las instituciones baluartes de ayer que se convirtieron en cascarones sin rumbo de hoy, malversadas por políticos sin escrúpulo alguno.
Esta Costa Rica que antes se veía tan implacable en toda Centroamérica, hoy hasta se parece en mucho, al vecino del norte. Yo ya no sé qué prefiero, amar esta tierra de corazón o canalizar mi sentimiento de malestar por tanto político mentiroso, ambicioso y negligente de los muchos que dirigen instituciones sin la más mínima cuota de responsabilidad y dedicación.
¿Por qué? Si todo era tan bello aquí, qué es lo que ha pasado.  Hoy ya no somos ni amigos, no cabemos en las carreteras mal  diseñadas y peor construidas.  Ya no somos vecinos y la violencia está destruyendo hasta las entrañas de las mismas familias.
Qué ha pasado con  este país,  qué cosa le hemos hecho a Costa Rica, que antes nos llamaban la Suiza Centroamericana y ahora nos supera un país como Panamá, que apenas 20 años atrás estaba en plena guerra.  ¿Qué ha pasado con esta Costa Rica amante de la fe y defensora de la familia pero que ahora se deja impresionar por corrientes de pensamiento de una mal llamada liberación, que pretende crear modelos de familia antinaturales al amparo de la manipulación de la palabra libertad.
Está tan enfermo de muerte este país, que hacemos las carreteras mal, los puentes mal, reparamos una platina mal, educamos mal, comemos mal, manejamos mal... Lo único que teníamos que hacer del famoso estadio era pintar unas rayitas en el césped y lo hicimos mal...
Mi abuelito, a quien tanto extraño, diría que vivimos en el país de la CHAMBONADA y Ricardo Arjona, ha terminado su canción con una pregunta al amor que bien valdría hoy la pena que nos la hiciéramos todos y cada uno de los que vivimos en esta Costa Rica enferma.
Costa Rica amada, quítame solo una duda, si eres tú la que te mueres o soy yo el que te mato…

Hay una canción de un popular cantante Guatemalteco que se llama “Se nos muere el amor”, que por supuesto escuché en la Radio y que narra los signos que hacen ver que el sentimiento entre una pareja se está muriendo.  Afortunadamente,  esa canción no se cumple para nada en mi relación con mi esposa,  pero aunque les parezca un tanto pesimista, veo en el país, algunos signos que calzan a la perfección con algunas frases dichas por el autor y que yo me he atrevido intentar homologar, con lo que día a día veo en el país.
Bien podríamos decir que se nos muere el país, porque tiene fiebre de frío, porque se nos cayó de la cama cuando lo empujó la violencia, la impunidad y la postergación. Está enfermo de muerte, el mismo que era tan fuerte.  Claro que este país tiene anemia de diálogo, tiene cáncer de cinismo y por si fuera poco, tiene funcionarios públicos y políticos corruptos, pero también una buena parte del sector privado, al que le gusta corromper ofreciendo mordidas por cuanto trámite debe hacerse.
Se nos muere el país, se nos mueren las ganas de cuidarlo y no ensuciarlo con tanta ejecución errática de obras públicas, lo vemos agonizando y convulsionando entre las leyes mal hechas y refritos legales plagados de inconsistencias. Lamentablemente, no existe un liderazgo que nos reviva el instinto,  se nos muere la magia, la pasión, la ternura.  Tanta mediocridad vino  a jorobarnos el desarrollo y a sumirnos en el peor de los subdesarrollos, que es el de la mente.
Este país, con el tiempo se nos ha oxidado, se ha vuelto tan susceptible y tan delicado, que ya lo único que queda es pedirle a Dios para que NO siga muriéndose a poquitos, porque no hay peor agonía que la que es de paso en paso.
Se nos muere este país, porque se acabó la participación patriótica en elecciones y en actos cívicos en escuelas y colegios. Se nos muere porque a la libertad la convertimos en alcahuetería.  La libertad y la democracia se contagiaron de costumbre, le falta fuego a la lumbre y se nos mueren los sueños de los niños de un país limpio y desarrollado. Hasta se nos han acabado los versos y no prestamos atención ya a los poetas. Se nos han muerto las instituciones baluartes de ayer que se convirtieron en cascarones sin rumbo de hoy, malversadas por políticos sin escrúpulo alguno.
Esta Costa Rica que antes se veía tan implacable en toda Centroamérica, hoy hasta se parece en mucho, al vecino del norte. Yo ya no sé qué prefiero, amar esta tierra de corazón o canalizar mi sentimiento de malestar por tanto político mentiroso, ambicioso y negligente de los muchos que dirigen instituciones sin la más mínima cuota de responsabilidad y dedicación.
¿Por qué? Si todo era tan bello aquí, qué es lo que ha pasado.  Hoy ya no somos ni amigos, no cabemos en las carreteras mal  diseñadas y peor construidas.  Ya no somos vecinos y la violencia está destruyendo hasta las entrañas de las mismas familias.
Qué ha pasado con  este país,  qué cosa le hemos hecho a Costa Rica, que antes nos llamaban la Suiza Centroamericana y ahora nos supera un país como Panamá, que apenas 20 años atrás estaba en plena guerra.  ¿Qué ha pasado con esta Costa Rica amante de la fe y defensora de la familia pero que ahora se deja impresionar por corrientes de pensamiento de una mal llamada liberación, que pretende crear modelos de familia antinaturales al amparo de la manipulación de la palabra libertad.
Está tan enfermo de muerte este país, que hacemos las carreteras mal, los puentes mal, reparamos una platina mal, educamos mal, comemos mal, manejamos mal... Lo único que teníamos que hacer del famoso estadio era pintar unas rayitas en el césped y lo hicimos mal...
Mi abuelito, a quien tanto extraño, diría que vivimos en el país de la CHAMBONADA y Ricardo Arjona, ha terminado su canción con una pregunta al amor que bien valdría hoy la pena que nos la hiciéramos todos y cada uno de los que vivimos en esta Costa Rica enferma.
Costa Rica amada, quítame solo una duda, si eres tú la que te mueres o soy yo el que te mato…

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