Miércoles, 21 Julio 2010 08:11

La superstición de la ley

Cada época se entontece con las ideas que en ella se ponen de moda. En la nuestra, muchas personas, sin ninguna cultura jurídica, creen que todos los problemas sociales  pueden  solucionarse a base de leyes y con fundamento  en tan falaz suposición, se tramitan y  promulgan    innumerables Decretos  de todo rango, que en realidad no  pasan de ser simples  enunciados de aspiraciones y  buenos deseos.

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Las leyes, como creación humana que son, están dirigidas exclusivamente  a regular las relaciones de los hombres en sociedad y por lo tanto, ordenan  que éstos, en determinadas circunstancias, deben comportarse obligatoriamente en cierta  forma y como de antemano se sabe que estas leyes no se cumplen fatalmente, como sí sucede en el caso de las llamadas “leyes de la naturaleza”, el legislador  establece por anticipado, una sanción  para quien incumpla la norma. Hasta ahí puede llegar el poder de nuestras  leyes. Para cualquiera es evidente que el legislador no puede hacer, mediante Decreto, que llueva en tiempos de sequía o deje de llover cuando haya peligro de inundación, pero muchos esperan que  nuestras pobres leyes puedan tener, por su sola promulgación,  la virtud  de lograr  el efecto que se desea y el acatamiento unánime  de los individuos a los que van dirigidas. A esta actitud llamo yo la superstición de la ley. Todos hemos sido testigos del incremento sin precedentes de la violencia en nuestra sociedad y de la cantidad de homicidios y lesiones, en su mayoría cometidos con armas de fuego.

Pero creer que estos dolorosísimos  hechos van a cesar,  simplemente porque la ley prohíba  o dificulte sin sentido alguno,  la tenencia de armas en manos de los particulares,  resulta una peligrosa  ingenuidad. La creciente comisión de delitos nos demuestra que la Fuerza Pública no puede defendernos a todos, en todo momento ni garantizar nuestra seguridad las veinticuatro horas del día.

Nunca ha podido y mucho menos en los tiempos que corren, ni siquiera  con  los diecisiete mil policías adicionales que está pidiendo el Ministro de Seguridad.  En otras épocas, cuando El Estado no había asumido el papel protagónico que hoy ejerce, los ciudadanos eran conscientes de que no podían contar permanentemente con la protección de las autoridades y que era su responsabilidad cuidar de su persona y bienes así como  de su familia inmediata.

En vez de debilitar esa responsabilidad,- hoy venida a menos como tantas otras buenas costumbres de antaño,-  El Estado debe estimularla. La seguridad ciudadana es cosa de todos y por lo tanto, todos debemos contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, a su extensión y afianzamiento. Pero naturalmente, no podemos enfrentarnos a los delincuentes con las manos vacías. Ellos- sin pedirle permiso a nadie- andan armados y dispuestos a matar. Impedirles a los ciudadanos que se capaciten para su defensa personal y de sus hogares, es entregarlos desarmados a sus victimarios. Si se ilegalizan las armas, sólo los ilegales tendrán armas.

Si se les prohíbe, los ciudadanos respetuosos de la ley, no tendrán armas, pero los delincuentes continuarán armados como siempre, pues a ellos les importa un pito lo que digan las leyes.  Estamos de acuerdo en que exista un control sobre la compra de armas y la idoneidad moral y técnica de los compradores.   Pero hasta ahí. Estas armas, en poder de personas responsables que saben manejarlas y conservarlas lejos de los niños o de otras personas inexpertas, no tienen por qué representar un peligro, como no lo representa un vehículo automotor en manos de un conductor responsable y conocedor de las leyes de tránsito. La inmensa mayoría de los delitos con armas de fuego, son cometidos por quienes portan ilegalmente  armas no registradas.   En vez de ceder a la presión de los pusilánimes que por temor o por pereza,   nos quieren entregar a los enemigos de la sociedad,  atados de pies y manos,  El Estado debiera asumir como una de sus funciones, la de capacitar a los ciudadanos honrados y confiables- que son la mayoría- para que aprendan a manejar armas sin falsos temores ni vacilaciones.

Si así se hiciera se aliviaría el trabajo de las autoridades y se habría ganado una importante  batalla contra el hampa. Suiza es uno de los países más pacíficos y ordenados del mundo, pero los suizos entre los l8 y los 42 años de edad, pueden ser llamados a prestar servicio militar y sus aproximadamente 360.000 reclutas, guardan en sus casas las  armas de fuego que el Gobierno les presta, para el caso de que deban usarlas en defensa de la  seguridad y la soberanía de su país. No hay duda  de que ellos, sin saberlo, están cumpliendo mejor que nosotros,  con la letra y el espíritu de nuestro Himno Nacional!

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