A veces creemos que quejándonos de todo, vamos a ganar el aprecio de los demás. Pero cada persona tiene tantas cosas de qué quejarse, que a veces una conversación es una competencia de quejas. Y el resultado son dos personas más infelices, pues el mal de muchos no es consuelo de nadie. La próxima vez, en vez de quejarse; trate de agradecer algo, a quien usted crea que tiene que agradecerle. Y si le sirven, use estos ejemplos. Agradezco que mi marido se queje por la comida, porque por lo menos está conmigo, no en otra parte. Agradezco los impuestos que pago, porque significa que tengo ganancias. Agradezco que mi hija se queje de ayudarme en el oficio, porque cuando lo hace está en su casa, y no en la calle. Agradezco el desorden que quedó de la fiesta, pues significa que estoy rodeada de amigos. Agradezco a la ropa que me queda un poco tallada, pues significa que no me falta qué comer. Agradezco al jefe que me vigila como una sombra, pues evita que yo trabaje a pleno sol. Agradezco al zacate que pide que lo corten, a las ventanas que necesitan que las lave, las goteras que tengo que reparar, pues significa que tengo una casa. Agradezco que me tocó parquear lejos de mi trabajo, pues significa que puedo caminar y que además tengo carro. Agradezco la factura de electricidad, teléfono y agua, pues significa que disfruto de muchas comodidades en mi vida diaria. Agradezco a la persona que conversa detrás de mí en la iglesia, pues me recuerda que tengo buen oído. Agradezco la montaña de ropa de planchar que me espera, pues significa que tengo ropa que ponerme Agradezco que me duele el cuerpo al final del trabajo, pues me recuerda que aún puedo trabajar y mantener a mi familia Agradezco al despertador que suena en la mañana lluviosa, pues me recuerda que amanecí vivo. Agradezco a toda la gente que se queja del gobierno, pues significa que vivo en un país libre. E incluso agradezco los consejos tontos que a veces escucho en la radio, pues me recuerdan que soy tan feliz, que no los necesito.