Por muchos años los promotores de más impuestos han echado mano al indicador de la carga tributaria con el fin de demostrar que en nuestro país se pagan pocos impuestos. El mensaje es sencillo: “si queremos ser ricos, debemos tributar como los países ricos”. Sin embargo, este argumento abusa de un indicador que se presta para manipulaciones.
La carga tributaria se entiende como los ingresos tributarios del gobierno como porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB). El mito de que en Costa Rica tenemos una baja carga tributaria ha calado profundo: Un ejemplo fue el editorial de hace unas semanas de la codirectora de Telenoticias, Pilar Cisneros, en donde afirmó que “Si con nuestros impuestos seguimos aportando sólo el 13% del PIB, seguiremos recibiendo servicios del tercer o cuarto mundo”. Además añadió: “Para tener la calidad de vida de un estadounidense, deberíamos aportar un 27%, o si queremos disfrutar como los suecos o los finlandeses, tendríamos que pagar un 30% de nuestros ingresos”.
El problema con la cifra del 13% del PIB es que sólo considera los ingresos tributarios del gobierno central, dejando por fuera los impuestos y las tasas que cobran entes estatales como las municipalidades, el ICT, IDA, IFAM, entre otros. Además, cuando nos comparan con los países desarrollados, no mencionan que las cargas tributarias de esas naciones incluyen las contribuciones a la seguridad social, mientras que en el caso de Costa Rica no es así. De tal forma, la cifra que comúnmente se cita en la prensa subestima significativamente la verdadera carga tributaria del país.
Si incorporamos estos otros tributos y las contribuciones a la CCSS, según cifras de la Contraloría General, la carga tributaria efectiva de Costa Rica en el 2008 fue del 23.1% del PIB. Para ese mismo año, la carga tributaria promedio de los países mayormente desarrollados de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCED) fue del 34.8%. Como vemos, la diferencia no es tan abismal como nos la quieren presentar los proponentes de más impuestos. En el 2009, un año atípico a raíz de la crisis económica mundial, la carga tributaria de Costa Rica cayó al 21.7%, mientras que el promedio de la OCED fue de aproximadamente el 34%. A manera comparativa, la de Estados Unidos fue del 26.1% y 24% en 2008 y 2009, respectivamente.
La carga tributaria de Costa Rica es aún mayor si consideramos el hecho de que en nuestro país el Banco Central financia sus multimillonarias pérdidas operativas anuales mediante emisión monetaria, es decir, a través de un impuesto inflacionario. Incorporar este cálculo dificultaría las comparaciones internacionales, pero es importante tenerlo en cuenta.
Se podría argumentar que aún incorporando estos otros gravámenes queda espacio para aumentar los impuestos a niveles europeos (como si Europa fuera hoy un modelo a seguir en materia fiscal). Sin embargo, el problema radica en que el indicador de la carga tributaria es en sí inadecuado a la hora de medir el peso que tienen los impuestos en una economía. Entre más altos y complicados sean los tributos, más se desincentiva la actividad económica y se fomentan la evasión y la elusión. Por ejemplo, un gravamen del 70% sobre una actividad económica se convierte en la práctica en una prohibición sobre la misma, ya que difícilmente alguien entraría legalmente a dicho negocio si tuviera que pagar un impuesto tan alto. Esto significa que los ingresos que este impuesto le generaría al fisco son nulos y por lo tanto no tendrían impacto en la carga tributaria. Así, un país bien puede tener altas tasas impositivas y una baja carga tributaria.
La evasión —otra consecuencia de los altos impuestos— tampoco se ve reflejada en el cálculo de la carga tributaria. Según un informe de la Contraloría, en el 2007 la evasión del impuesto sobre la renta alcanzó el 64%, lo cual representó un 4.1% del PIB de ese año.
Un vistazo a los últimos 25 años nos demuestra lo absurdo que es justificar otro paquete de impuestos recurriendo simplemente al argumento de que es necesario aumentar la carga tributaria. Como indicó un reportaje reciente de El Financiero (21/01/11), “Entre 1985 y el 2009 se han realizado al menos 15 reformas importantes en legislación tributaria sin que se registre [un aumento significativo en la carga] alguna vez”. Es decir, durante un cuarto de siglo los políticos nacionales han apostado por aumentar los impuestos sin que la carga tributaria subiera de manera correspondiente. Peor aún, el período en que dicho indicador experimentó su aumento más importante (2004-2008) ocurrió precisamente cuando no se aprobaron nuevos tributos. Cabe cuestionarse entonces qué tan confiable es este indicador que no parece responder a la aprobación o no de más impuestos.
Lo más apropiado a la hora de medir el peso que los impuestos tienen sobre una economía es mirar a las tasas impositivas y a la complejidad en el pago de los mismos. De acuerdo al informe Pagando Impuestos del Banco Mundial y Pricewaterhouse Coopers, Costa Rica se encuentra en la posición 155 entre 183 países en cuanto a la facilidad en el pago de tributos. El empresario promedio nacional gasta 272 horas al año calculando y pagando sus impuestos. Esto implica que, aún cuando la gente quiere cancelar los tributos que le corresponden, el pago de los mismos se vuelve todo un víacrucis. Simplificar el sistema tributario contribuiría a aumentar la carga tributaria, sin necesidad de aumentar o crear un solo impuesto.
En cuanto a tasas impositivas totales, este mismo reporte coloca a Costa Rica en la posición 147 del ranking, es decir, dentro del 20% de países con las mayores tasas tributarias efectivas del mundo. El empresario costarricense promedio paga en impuestos (renta, laborales, etc.) un 55% de sus ganancias, mientras que el empresario en los países de la OCED paga un 43%.
Como vemos, en Costa Rica ya pagamos impuestos de primera por servicios de tercera. Es algo que debemos tener muy en cuenta a la hora de discutir el paquete de impuestos que pretende la administración Chinchilla.
Juan Carlos Hidalgo es coordinador de proyectos para América Latina en el Cato Institute en Washington, D.C.
Por muchos años los promotores de más impuestos han echado mano al indicador de la carga tributaria con el fin de demostrar que en nuestro país se pagan pocos impuestos. El mensaje es sencillo: “si queremos ser ricos, debemos tributar como los países ricos”. Sin embargo, este argumento abusa de un indicador que se presta para manipulaciones.
La carga tributaria se entiende como los ingresos tributarios del gobierno como porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB). El mito de que en Costa Rica tenemos una baja carga tributaria ha calado profundo: Un ejemplo fue el editorial de hace unas semanas de la codirectora de Telenoticias, Pilar Cisneros, en donde afirmó que “Si con nuestros impuestos seguimos aportando sólo el 13% del PIB, seguiremos recibiendo servicios del tercer o cuarto mundo”. Además añadió: “Para tener la calidad de vida de un estadounidense, deberíamos aportar un 27%, o si queremos disfrutar como los suecos o los finlandeses, tendríamos que pagar un 30% de nuestros ingresos”.
El problema con la cifra del 13% del PIB es que sólo considera los ingresos tributarios del gobierno central, dejando por fuera los impuestos y las tasas que cobran entes estatales como las municipalidades, el ICT, IDA, IFAM, entre otros. Además, cuando nos comparan con los países desarrollados, no mencionan que las cargas tributarias de esas naciones incluyen las contribuciones a la seguridad social, mientras que en el caso de Costa Rica no es así. De tal forma, la cifra que comúnmente se cita en la prensa subestima significativamente la verdadera carga tributaria del país.
Si incorporamos estos otros tributos y las contribuciones a la CCSS, según cifras de la Contraloría General, la carga tributaria efectiva de Costa Rica en el 2008 fue del 23.1% del PIB. Para ese mismo año, la carga tributaria promedio de los países mayormente desarrollados de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCED) fue del 34.8%. Como vemos, la diferencia no es tan abismal como nos la quieren presentar los proponentes de más impuestos. En el 2009, un año atípico a raíz de la crisis económica mundial, la carga tributaria de Costa Rica cayó al 21.7%, mientras que el promedio de la OCED fue de aproximadamente el 34%. A manera comparativa, la de Estados Unidos fue del 26.1% y 24% en 2008 y 2009, respectivamente.
La carga tributaria de Costa Rica es aún mayor si consideramos el hecho de que en nuestro país el Banco Central financia sus multimillonarias pérdidas operativas anuales mediante emisión monetaria, es decir, a través de un impuesto inflacionario. Incorporar este cálculo dificultaría las comparaciones internacionales, pero es importante tenerlo en cuenta.
Se podría argumentar que aún incorporando estos otros gravámenes queda espacio para aumentar los impuestos a niveles europeos (como si Europa fuera hoy un modelo a seguir en materia fiscal). Sin embargo, el problema radica en que el indicador de la carga tributaria es en sí inadecuado a la hora de medir el peso que tienen los impuestos en una economía. Entre más altos y complicados sean los tributos, más se desincentiva la actividad económica y se fomentan la evasión y la elusión. Por ejemplo, un gravamen del 70% sobre una actividad económica se convierte en la práctica en una prohibición sobre la misma, ya que difícilmente alguien entraría legalmente a dicho negocio si tuviera que pagar un impuesto tan alto. Esto significa que los ingresos que este impuesto le generaría al fisco son nulos y por lo tanto no tendrían impacto en la carga tributaria. Así, un país bien puede tener altas tasas impositivas y una baja carga tributaria.
La evasión —otra consecuencia de los altos impuestos— tampoco se ve reflejada en el cálculo de la carga tributaria. Según un informe de la Contraloría, en el 2007 la evasión del impuesto sobre la renta alcanzó el 64%, lo cual representó un 4.1% del PIB de ese año.
Un vistazo a los últimos 25 años nos demuestra lo absurdo que es justificar otro paquete de impuestos recurriendo simplemente al argumento de que es necesario aumentar la carga tributaria. Como indicó un reportaje reciente de El Financiero (21/01/11), “Entre 1985 y el 2009 se han realizado al menos 15 reformas importantes en legislación tributaria sin que se registre [un aumento significativo en la carga] alguna vez”. Es decir, durante un cuarto de siglo los políticos nacionales han apostado por aumentar los impuestos sin que la carga tributaria subiera de manera correspondiente. Peor aún, el período en que dicho indicador experimentó su aumento más importante (2004-2008) ocurrió precisamente cuando no se aprobaron nuevos tributos. Cabe cuestionarse entonces qué tan confiable es este indicador que no parece responder a la aprobación o no de más impuestos.
Lo más apropiado a la hora de medir el peso que los impuestos tienen sobre una economía es mirar a las tasas impositivas y a la complejidad en el pago de los mismos. De acuerdo al informe Pagando Impuestos del Banco Mundial y Pricewaterhouse Coopers, Costa Rica se encuentra en la posición 155 entre 183 países en cuanto a la facilidad en el pago de tributos. El empresario promedio nacional gasta 272 horas al año calculando y pagando sus impuestos. Esto implica que, aún cuando la gente quiere cancelar los tributos que le corresponden, el pago de los mismos se vuelve todo un víacrucis. Simplificar el sistema tributario contribuiría a aumentar la carga tributaria, sin necesidad de aumentar o crear un solo impuesto.
En cuanto a tasas impositivas totales, este mismo reporte coloca a Costa Rica en la posición 147 del ranking, es decir, dentro del 20% de países con las mayores tasas tributarias efectivas del mundo. El empresario costarricense promedio paga en impuestos (renta, laborales, etc.) un 55% de sus ganancias, mientras que el empresario en los países de la OCED paga un 43%.
Como vemos, en Costa Rica ya pagamos impuestos de primera por servicios de tercera. Es algo que debemos tener muy en cuenta a la hora de discutir el paquete de impuestos que pretende la administración Chinchilla.
Juan Carlos Hidalgo es coordinador de proyectos para América Latina en el Cato Institute en Washington, D.C.